Oratoria & Verdad

La verdad, un cajón de doble fondo

La verdad es como un pez escurridizo, parece una cosa pero cuando te sumerges en sus aguas puede resultar ser otra. Ocurre, por ejemplo, cuando la verdad se confunde con la sinceridad, cosa que no es lo mismo, entonces, la sinceridad se convierte en un falaz disfraz de la verdad.

La sinceridad es una cualidad personal y puede herir, la verdad puede ser cruel pero no hiere, porque está ahí, de manera etérea, desde el principio de los tiempos, no depende de nuestra opinión o punto de vista. Es algo más grande. Confundir sinceridad con verdad no sólo es un error, es un peligro. Porque se considera a la verdad una virtud.

La verdad está emparentada con la honestidad, dado que emana de la ética, y por ello tiene un carácter universal. Hasta la persona menos instruida, la más corrupta, puede captarla en su interior; otra cosa es que decida no admitirla o no expresarla porque no le interesa o conviene.

La verdad vende, más que la mentira que tiene las patas cortas; pero esto no es una afirmación generalizada entre las personas, por eso hay quien prefiere vender con mentiras o manipulando la verdad; pero esto es también un error y un peligro.

Entonces, ¿por qué si la verdad vende más, no se utiliza siempre como argumento?
Porque dado que la verdad es escurridiza, argumentar en base a la verdad requiere valentía, tiempo y un esfuerzo mental que no todo el mundo está dispuesto a afrontar.

Si bien es cierto que la verdad convence, no lo hace sola, suele necesitar ser argumentada, explicada. No se trata de insistir, de reafirmarla con un ralo porque sí, porque es verdad; sino de sumar los suficientes argumentos objetivos, cuantos más mejor, que la hagan tener tanto peso, que hunda a la mentira en su propio abismo.

Si queremos que triunfe la verdad, demostrar que algo es cierto, veraz, no debemos desistir en nuestro empeño hasta conseguir convencer de ello a nuestro auditorio, o hasta haber dejado sembrada la semilla para que a la larga, aún sin nosotros, la verdad triunfe por sí sola.

 

Susana Santolaria de Castro