ORATORIA & POÉTICA
¿Por qué una simple frase puede conmovernos en segundos?
Pongamos por ejemplo: «La belleza es como el viento, que despeina y no se ve». La encontré en boca de un personaje en una obra de Cortazar. Con menos de una docena de palabras bien combinadas, esta simple frase consigue equiparar en valor a cualquier extensos y brillante ensayo que se haya escrito sobre la belleza.
Y es que, una de las claves del éxito de una frase como esta es que está escrita en lenguaje literario, poético; creado para el placer instantáneo, para el deleite del momento. Esta característica efímera del lenguaje poético ha inducido a aedos, bardos, poetas, cantautores, en incluso raperos, a emplearlo para contar cosas, aún antes de la existencia de la escritura.
El acto de hablar ante un auditorio, como el recitado de los antiguos bardos, es también efímero pues una vez pronunciada la palabra deja un aura inasible que sólo perdura en la memoria. Se trata de un carpe diem bien entendido, un aquí y ahora que arrastra nostalgia del pasado y que, al mismo tiempo, mira el futuro con esperanza.
Algunas personas se sorprenden cuando empleo el arte poético en mi entrenamiento de oratoria. Sin embargo, entre los antiguos era bien sabido que la práctica de la declamación poética dota a la oratoria de ritmo, favorece la entonación, despierta al pensamiento complejo y anima al criterio propio, entre otras cosas.
He de decir, que no sirve cualquier poética, ni entrenar con ella de cualquier manera; hay que conocer bien la técnica de la rima, la declamación bien pronunciada, bien respirada, bien interpretada. La poética es una ciencia, una ciencia que implica a otras ciencias, tales como la filosofía, la matemática y la biología, entre otras.
Por lo que respecta a la filosofía, la poética contiene una conciencia espiritual, algo muy necesario para que los elementos formales de la oratoria funcionen; es decir para que un auditorio te escuche no miras sólo con los ojos, también con el alma.
En cuanto a la biología, conocer los mecanismos que ayudan, tanto a emitir mensajes como a percibirlos, aporta pericia. En el caso de la matemática, una idea bien expresada corresponde a un número determinado de sílabas y palabras, y a un bello discurso una combinación perfecta de ideas. Así como, a una longitud de frase determinada le corresponde una combinación específica de tonalidades. Basta escuchar cómo suenan las frases sencillas del habla cotidiana para comprobar cómo el sonido de las sílabas cambia según la intención que se quiere dar a una idea.
Podemos imaginar, pues, la cantidad de notas distintas que contiene un discurso. La voz humana permite afinar sobre la marcha y de forma natural el sonido de cada sílaba, de cada frase, con el propósito de producir armonía y coherencia al conjunto. No se trata de buscar sonidos efectistas, eso no funciona, sino de acomodar el tono a la intención.
Así pues, contar y hacer combinaciones precisas es un elemento fundamental a la hora de dotar al discurso de la entonación adecuada. Y, por último, no vemos con los ojos, no oímos con los oídos, todo se produce en nuestra mente, la percepción está condicionada por nuestra biología compleja.
El cerebro humano necesita estar en actitud de escucha para asimilar cualquier contenido. Y, por supuesto, hay sonidos que invitan a escuchar más que otros. Pensemos en un concierto, ciertos ritmos animan a las personas que escuchan a acompañarlos con movimientos del pie, la mano o la cabeza. Por ello, un discurso politonal resulta más atractivo que uno monótono. Y, por ello, la interpretación de cada idea está obligada a ser armónica, nunca plana. En este sentido, es el arte poético lo que convierte el fraseo cotidiano en el arte de hablar.
Susana Santolaria